martes, 24 de abril de 2012

I CERTAMEN LITERARIO "BIBLIOTECA ANA NOGUEROL"





Entre las dieciocho narraciones que se han presentado al I Certamen literario "Biblioteca Ana Noguerol", el jurado ha decidido conceder los siguientes premios:

MAYORES

Mención especial:
El jurado reconoce el mérito de su esfuerzo por aprender la lengua española en tan escaso tiempo.

Viktoria Vasyura (4º ESO A) En las nubes

TERCER PREMIO:
Noura El Hamidi (4º ESO A) Un amor sin fin

SEGUNDO PREMIO:
Tamara Macías Baladrón (1º BCS) El corazón recuerda

PRIMER PREMIO:
Cristina Galisteo Gómez (2º BCT) El lugar

 MENORES

TERCER PREMIO:
Juan Garrido  (3º ESO A) El casco de Alejandro Magno

SEGUNDO PREMIO:
Manuel Boza   (3º ESO A)   Departamento de asesinatos de la RAE

PRIMER PREMIO:
Paula Hernández Romero (1º ESO B) Enamorado de letras


Publicamos a continuación los dos relatos premiados en las dos modalidades:


El Lugar
Cristina Galisteo Gómez
2ºBCT
19/02/1994

Shh... Por favor, podrías decirle a tu corazón que deje de latir tan fuerte. Hoy me duele la cabeza una barbaridad... No me mires con esa cara de susto. Venga, ¡pasa! ¿A qué estás esperando? ¿Te crees que tengo todo el día? Te equivocas. ¡Y tú tampoco lo tienes! No lo entiendo, de verdad. Todos hacéis lo mismo. En cuanto os abro la puerta, os quedáis ahí plantados con cara de bobos. ¿Acaso tanto miedo doy? Yo no me considero un monstruo, pero voy a tener que empezar a replanteármelo. Quizás deba limpiarle un poco el polvo al espejo... Pero es que no tengo tiempo para chorradas como esas, ¿sabes? Estoy muy ocupada aunque a ti no te lo parezca...
En fin, ¿qué te pasa? ¿No sabes andar? Bien, así me gusta. No tenga miedo, hombre, no te voy a comer ni nada. ¿Has visto? Esto no es un castillo tenebroso y no tengo ningún dragón al final del pasillo, y mucho menos a una hermosa princesa secuestrada. Aunque eso te gustaría, ¿eh? Para poder salvarla y ser su héroe. ¿Que cómo lo sé? Lo estoy oyendo. Piensas muy fuerte, y me estás dando más de dolor de cabeza aún, por cierto. Así, mejor, ¿ves? No hace falta pensar “¿¡Qué demonios hago aquí!?” cuando puedes pensarlo más flojito. Es completamente inútil y vas a cansar a tus neuronas. Eso sí que no te lo puedes permitir, a menos no de momento. Ya se cansarán ellas solas con el tiempo, tú tranquilo.
Bueno, ahora que te has tranquilizado déjame explicarte un poquito mientras llegamos y no. Siento que tengamos que ir tan lentos pero es que las piernas también me duelen. Tengo más años de los que aparento, que no son pocos.
¡Bienvenido a El Lugar! ¿Que qué lugar? Pues El Lugar, con ele mayúscula. Supongo que te estarás preguntando que qué es eso. Tienes tantas preguntas en tu cabeza que me estás mareando hasta a mí. Así que, cálmate, relájate y escúchame. Si cuando termine te quedan dudas, hazlas entonces.
Oh, mira, ¡ya casi  estamos! Es esa puerta de ahí al fondo. Sí, sí, esa tan bonita. A mí también me gusta mucho.

Eres escritor, ¿no es cierto? Claro que lo eres, no estarías aquí si no lo fueras. ¿Conoces ese momento cuando estás metido tan de lleno en una historia que parece que tienes la cabeza en otro sitio? Felicidades, ya sabes donde la tienes.
Es aquí, en El Lugar, donde las historias nacen, crecen y viven por los siglos de los siglos. Es aquí, en El Lugar, donde las grandes y pequeñas ideas florecen hacia algo sólido, o bien se desvanecen como espuma de mar en la orilla. Uy, qué bien me ha quedado eso, ¿no? Si es que algo se me había tenido que pegar de los mejores...
¡No te rías! Es cierto. Yo los conozco a todos y a cada uno de ellos. Eran como tú al principio, llenos de preguntas e inseguridades. Bueno, algunos cuando se fueron aún seguían llenos de ambas.
Me preguntas que quién soy yo para haber conocido a tanta gente. No uses ese tono burlón conmigo, como si no me creyeras. Pequeño desagradecido... ¡te podría pegar una patada y mandarte de vuelta a donde quieras que vivas! ¿Dónde vivías, por cierto? Ah, Londres, verdad. Perdona que se me olvidase, los de Fuenteovejuna no hacen más que gritar hoy.
No te voy a decir mi nombre, no te hagas ilusiones. Principalmente, porque no influye en absoluto. Segundo, porque no quiero que luego lo vayáis corrompiendo al ponérselo a personajillos de poca monta. He visto lo que vosotros, los escritores, hacéis con algunos y no voy a ser tan tonta. Olvidando ese tema, te pediré que tampoco me juzgues por mi aspecto. Ya te he dicho que llevo aquí más tiempo del que tú serías capaz de asimilar en tu pequeña cabecita, y aún así, soy más joven de lo que mi cuerpo aparenta. Bueno, el cuerpo que tú has decidido asignarme... Pero eso es otra cosa que tampoco nos interesa. ¿Has oído hablar de la biblioteca de Alejandría? Claro, ¿quién no? Un increíble almacén de libros. Fue una lástima que se perdiese. Pues bien, podríamos decir que yo soy como diez mil bibliotecas de Alejandría juntas. O más, no puedo decirte bien sin pararme a hacerte los cálculos.
¿Sabes cuántos cuentos, novelas, poemas, teatros, diarios secretos... tengo aquí dentro, en mi cabeza? Ni en tres vidas podrías leerlos todos. Vaya, vaya... ¿es eso de tus ojos una pizca de envidia? No te preocupes, no es nada malo. Muchos sois los humanos que anheláis tiempo para perderos entre palabras. Y tú eres unos de esos afortunados que se las brindarás.
Échate a un lado para que pueda abrir la puerta, anda. Muchas gracias.

Impresionante, ¿eh? Lo sé. Nunca has visto nada igual, ni tampoco lo verás en otro sitio que no sea este. Podríamos decir que soy yo en forma física. Ahora te duele la cabeza a ti también de imaginarte todo esto pululando, ¿uh? Tranquilo, hombre. Yo ya estoy acostumbrada, y aunque me queje, me encanta.
Ven, acércate a ver alguno.
Creo que conocerás este, Romeo y Julieta. Y mira, Sentido y Sensibilidad. Espero que no tengas ningún reparo en que las mujeres escriban, porque son tan buenas como los hombres. Es más, hay una que marcará una época con la historia de un mago huérfano... Hace poco que empecé a escuchar los hechizos en mi mente.
Venga, será mejor que lo dejes ya. He dicho que no podrías verlos ni aunque te pases aquí el resto de tus días. Además, no estás aquí para eso, si no para otra cosa.
Toma asiento. ¡Dónde quieras! Hay muchas sillas, puedes elegir. Bien, avísame cuando estés cómodo. ¿Ya?  Estupendo.
Aquí tienes. Es bonita la cubierta, ¿no es cierto? Es suave y si lo abres, puedes oler las páginas sin usar. Me alegra que te guste. Es tuyo, para que lo uses, para que grabes lo que tú tengas que dejar escrito para el mundo. No, no tienes que darme las gracias, podrías haberlo hecho sin venir aquí, pero creo que en este lugar te podrás relajar mejor. Es muy inspirador.
Sé que tienes esa idea en la cabeza sobre la Navidad. Tres espíritus: uno del pasado, otro del presente y otro del futuro que ayudarán a un viejo egoísta a encontrar el camino de luz.
No tienes que mirarme como si fuera lo mejor que hayas oído en mucho tiempo. Es tu idea, no la mía, te recuerdo. Yo nunca he escrito nada, ni escribiré. Sólo me dedico a guardar lo de los demás, a recordároslo si se os olvida, a irlo disfrutando antes de que le terminéis de dar forma.
Será mejor que te deje solo para que empieces a redactar. Tranquilo, volveré. No voy a dejarte perdido entre todo este montón de papel escrito. No quiero que te vuelvas loco, pero tampoco te quiero molestar. Estaré por aquí.
¡Oh! Y, ¿qué le parece Cuento de Navidad para su libro, Sr. Dickens? Yo creo que le quedará bien... Podría empezar con algo así como “Marley estaba muerto; eso para empezar. No cabe la menor duda al respecto.” O cualquier cosa que a usted le parezca bien.





Enamorado de letras
Paula Hernández

Podría haber sido el horrible frío que había fuera el motivo por el cual no quería separarme de las sábanas, como otros muchos días, pero esta vez lo que me impedía hacerlo era el sueño que tenía encima. Había pasado toda la noche atravesando el cielo despejado y oscuro sobre mis dos inmensos dragones. Sobrevolando la oscuridad, la cual solo rompía una nube cuyos bordes brillaban bajo la luz plateada que le derramaba la luna. Había estado durante toda la noche luchando con gigantes y bestias, sin temor, cuerpo a cuerpo, las cuales me duplicaban el tamaño, aunque eso no me importaba. Lo único que quería era salvar a mi princesa. Todo esto en una misma noche, y ahora tenía miedo de sacar el pie de mi cama para ir a la escuela.
─¡Lucas! ¡Lucas! ─gritaba ella más que enfadada─. ¿Quieres bajar a desayunar? ¿O piensas quedarte metido en la cama todo el día?
─¡Ya voy, mamá! ─grité mientras me ponía los zapatos.
Cómo odiaba los lunes. Miré hacia mi mesa en busca de mi libro. Necesitaba abrirlo para encontrarme una vez más en el castillo, junto a mi princesa, la protagonista de mi mente. Necesitaba abrirlo para comprobar que ella aún estaba ahí, a salvo. Pero no lo vi. Extrañado, bajé hacia la cocina.
 ─Esta es la última vez que te quedas leyendo ese maldito libro hasta esas horas de la madrugada ─dijo enfadada.
─¿Dónde lo has metido? ─le pregunté mientras buscaba por la cocina.
─Claro, luego normal que se quejen tus profesores de que no atiendes en clase, si irás medio dormido. ¿Me estás escuchando?
─Sí, mamá... ─mentí casi en un gruñido─. Ahora en serio ¿Dónde lo has metido?
Tardó unos segundos en responder.
─Lo he tirado esta mañana ─dijo firmemente─. No me has dejado otra opción.  
Me di cuenta de que por un momento mis palabras se negaban a salir de mi boca.  Estuve apenas unos segundos callado, hasta que al fin, musité.
─¿Que lo has...qué?
─No me has dejado otra opción ─repitió─. Ahora coge tu mochila y vete a la escuela, que ya vas tarde.
Sin rechistar, así lo hice.
Al llegar a clase me senté en el último pupitre. Tocaba clase de matemáticas, pero apenas me fijé. Mi mente estaba bloqueada. No me quería creer lo que estaba pasando. Apoyé mi cabeza en la ventana. El cristal vibraba, parecía que a las nubes les había dado por llorar.
Esto no me puede estar pasando. Mi madre no me ha podido hacer esto. Me da igual no poder volver a acariciar el cielo montado en mis dragones, no me importa tener que dejar de jugar con elfos u otros animales del bosque, no me importa  no poder volver a enfrentarme a gigantes estúpidos,  pero lo que sí me duele, es que ya no podré estar con mi princesa. Me duele saber que ya no podré ver su cabellera dorada, con bucles rizados hasta la espalda, que cubrían casi unos ojos de esmeraldas brillantes, aposentadas sobre unos pómulos suaves, que dejaban paso a una nariz pálida, aunque perfecta. Me duele saber que ya no podré recorrer los reinos a caballo para estar en el castillo junto a ella. ¿Quién la salvará ahora de los malvados gigantes? ¿Quién cuidará ahora de mi princesa?
El tiempo pasaba, aunque apenas lo notaba. Pasé el recreo sin darme cuenta siquiera de lo que había dentro de mi bocadillo. La echaba de menos.
Al llegar a clase un jaleo inmenso invadía el aula. Me senté al fondo, al igual que antes.
¿Qué estará haciendo ahora?,  pensaba.
Cuando me di cuenta la sirena ya había sonado y andaba entre empujones y prisas hacia la salida. Había escampado, y una fina manta de charcos cubría la acera.
Todo parecía tranquilo. De repente, mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. Lo reconocí al momento, era mi libro. Una chica lo sostenía entre sus manos. Sin dudarlo, corrí hacia ella y la llamé dándole un golpecito en el hombro.
Se giró hacia mí.
─Chica…el libro que tienes…─le dije rápidamente.
De repente me fijé en sus ojos y en la manera con la que me miraba. Me di cuenta de que empezaba a tener ciertas punzadas en el estómago. De golpe, sin darme cuenta, me ruboricé.
─¿Sí?... ─dijo ella con una voz dulce─. Lo he encontrado esta mañana ¿Es tuyo?
Esbocé una sonrisa y le dije.
─No, no lo he visto nunca. Eh, ¿cómo te llamas?
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario