Recuerdo perfectamente aquellas mañanas de verano en las que salíamos a la calle a jugar desde temprano.
Eran
mañanas refrescadas con el olor a mojado del asfalto que alguna vecina regaba
para espantar la calina de la noche.
Quemábamos energía en la calle
jugando a juegos tradicionales de niños, hasta que ya cerca del mediodía el
calor aparecía en toda su plenitud y el estomago se iba resintiendo de aquel
desayuno tempranero. Era la hora de acercarse a la cocina a preguntar a mi
madre lo que había pensado para el almuerzo.
¿Qué comemos hoy mamá? PICADILLO DE NARANJA
El picadillo de naranja era la
comida ideal para esos días calurosos en los que el cuerpo necesita transmitir
el calor recibido del ambiente a algún producto que entre por la boca y que sea
capaz de recibir ese aporte, y que consiga bajar la temperatura corporal en
unos grados, cual principio termodinámico.
Luego supe que el picadillo de naranja era una comida que, como en la
mayoría de los platos típicos andaluces, tiene sus variantes en cada pueblo y
en cada casa, aunque todas las recetas añaden o quitan algún ingrediente
partiendo de una receta base, encontrándonos así miles de variantes.
En mi casa el picadillo de
naranja empezaba por el pelado y cortado en gajos de la naranja y reposado en
un barreño (en adelante bol), volviéndolo al frigo para mantener su baja
temperatura. Mantener frio hasta la hora de servir. Cuando se iba acercando las
dos de la tarde, los estómagos rugían y no eran pocas las veces que pasábamos
por la cocina a preguntar cuando llegaría la hora de comer. “A las dos y cinco
frio los huevos” decía mi madre, “tu padre no sale de trabajar hasta las dos y
lo que tarde en llegar a casa”. El fundamento del plato estaba en combinar la
parte fría de la naranja con los preparados fritos que hacían que el plato se
pudiera tomar templado al gusto.
Justo a las dos de la tarde
emperezaba a llegar un suave olor a ajo frito desde la cocina, no se terminaba
de freír cuando se añadía un huevo frito a la sartén. En algunas ocasiones se
añadía un poco de cebolla frita previamente para que tomase temperatura. A las
dos y cinco con puntualidad inglesa, mi padre aparecía por la puerta, y no
tardaba en llegar a la mesa ese bol con una base de naranja y sobre el que se
servían los huevos recién fritos con sus ajitos casi tostados.
Solo faltaba aderezar la mezcla
con sal y una pizca de vinagre, para después rociar el aceite de freír los
huevos sobre el plato individual al servir. Puedo recordar esa mezcla de
texturas y temperaturas, que poco a poco se iba convirtiendo en plato templado.
Las variantes más llamativas
incluían bacalao desalado desmigado, pimiento verde frito, o incluso en lugar
de freír el huevo lo ponían duro. A mí el que más me gustaba, como en todos los
casos, era el picadillo de naranja que hacia mi madre.
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