Un Blog para editar el periódico del IES Arrabal de Carmona (Sevilla), en él estarán todos los artículos que vayamos a publicar y todas las ideas que se nos ocurran para organizarlo mejor.
sábado, 5 de junio de 2010
Una de miles
Estaba cansada. Muy cansada. No quería moverme. ¿Por qué? ¿Dónde estaba? ¿Qué me había pasado? No recordaba nada. ¿Cuándo había regresado a casa? No me importaba, lo único que quería era dormir y dormir.
Pero ese dolor que no cesaba de extenderse por mi cuerpo me lo prohibió. Era la sensación más extraña que nunca en mi vida había sentido. Parecía como…como si me hubiesen arrancado de mi cuerpo, de mi coraza protectora, y ahora era sólo un alma en pena débil, indefensa y perdida.
Abrí los ojos, pero nada a mi alrededor cambió. Todo seguía siendo de un negro penetrante. Como un agujero oscuro donde la luz no alcanza a filtrarse, el fondo del mar, un sótano, el interior de un baúl escondido en lo más profundo de una cueva.
Me asusté. El pánico se adueñó de mí y quise gritar muy fuerte, pero de mi boca no salió sonido alguno. En realidad, si salió, pero la negrura se lo había tragado.
Lo volví a intentar, una y otra vez hasta que me quedé ronca, o eso creía yo. Entonces quise llorar y mis lágrimas no cayeron, no mojaron mis mejillas ni llegaron saladas a mis labios. Así que volví a cerrar los ojos. Si era yo la que no quería ver, no habría nada que temer, ¿no?
En aquel vacío, hice lo único que sabía que podía hacer: tratar de recordar.
Solo hizo falta un pequeño esfuerzo para que todo fluyera fácilmente. Las imágenes llegaban perfectamente a mi cabeza, se ordenaban y se iban pasando como una película.
Era verano, pero aún era temprano para sentir el calor del sol. Aquella mañana acompañaría a mamá al mercado y Akari también vino. Ella era mi hermana y tenía dos años más que yo. Hacía apenas una semana que había sido su séptimo aniversario.
Paramos en un puesto de verduras donde esperamos nuestro turno para comprar. Entonces la gente empezó a señalar un punto en el cielo. Un ruido, como un zumbido, se adueñaba de calles y torturaba la cabeza de cada persona. Crecía y crecía, amenazando con romper los tímpanos. Y el aire se había vuelto muy caliente casi consiguiendo abrasar la piel, pese a que el sol era todavía un tímido invitado en el horizonte. Entonces sí que tuve miedo. Y luego…
¿Y luego qué?
Ya no había nada más. Lo siguiente era aquella oscuridad que ahora me envolvía.
No entendía nada.
Natsuko…Natsuko…Natsuko…
Alguien me llamaba, pero no sabía de dónde provenía la voz. Parecía rodearme, envolverme. No penetraba en mis oídos, sino que acariciaba mi ser por completo.
¿Quién hay ahí?
No moví los labios, pero había hablado, aunque de forma confusa y asustadiza.
Ven, Natsuko. Te estamos esperando.
¿Mamá?¿Dónde estás?
Aquí, cielo. Justo enfrente de ti, solo tienes que confiar en mí.
Por supuesto que confié. Si mamá estaba allí, nada podría ir mal. Me cuidaría y me protegería de todo aquello tan extraño que pasaba. Porque ella se había convertido ante mí en la luz que me salvaba de aquella profunda oscuridad. Esperanzada, corrí sin piernas hacia ella. Entonces descubrí que no estaba sola. La abuela y Akari, en brazos de papá, también la acompañaban y todos parecían esperarme. Les abracé, feliz de estar con mi familia. Ya no me importaba dónde estaba, ni cómo habíamos llegado todos hasta allí. Simplemente estaba a salvo…
…A salvo del miedo, de la destrucción, de la muerte que se había apoderado de aquel lugar que un día había llamado hogar, que ahora yacía sin vida en un punto del mapa de Japón. Porque aquel lunes 8 de agosto de 1945, tras la primera bomba nuclear de la historia, mi vida, junto con la de toda una población, acabó. Yo, que no entendía lo que significaba la guerra ni deseaba saberlo, había muerto por la venganza de unos hombres que jamás conocería, que no me interesaban y que se peleaban por ver quién era más asesino y cruel arriesgando vidas ajenas de millones de personas que solo querían ser felices.
Ahora, lector, yo podría tener 70 años, podría ser matriarca de mi propia familia, haber sido feliz y haber sufrido, haber podido elegir, acertar y equivocarme, caerme y levantarme. En definitiva, podría haber vivido. Pero no. Yo morí. Yo fui asesinada. Yo, que solo era una niña asustada y pequeña, me perdí la vida, por un simple juego “de niños”.
Cristina Galisteo Gómez, 4º ESO A
2º Premio en el concurso de relatos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario