Esperaba sentado en la estación. Miré de nuevo el reloj. Parecía que las horas no pasaban nunca. Iba a perder los nervios. Aún quedaba tiempo, sin contar el retraso que seguramente traería. Me pasé la mano nerviosamente por el pelo, un tic, y escaneé la gente que paseaba. Hacía más de diez minutos que debería de haber llegado el tren y empezaba a pensar en lo peor. Escuché el silbato, anunciando su pronta llegada. Cuando se paró, las demás personas se arremolinaron alrededor de las salidas de los vagones, pero ella no salía aún. Al fin, entre la multitud, apareció.
Al principio apenas la reconocí, pero aquellos ojos verdes eran difíciles de olvidar. El paso del tiempo la había deteriorado un poco, pero nada de eso importaba. En ese momento, sólo me importaba el hecho de volverla a tener a mi lado... Empezamos a hablar y hablar. Teníamos muchas cosas que contarnos. No me podía creer que estuviera de nuevo aquí. ¡Era fantástico! Sólo yo sabía cuánto de menos la había echado. Había llegado a ser más duro de lo que había imaginado.
Pero me traía muy buenas noticias. Fuimos a un lugar tranquilo y apartado para seguir contándonos todas las cosas, que eran muchas. Demasiadas, quizás. El tiempo empezó a pasar y pasar hasta que se hizo de noche. Era tarde, y debería de estar cansada del viaje. Como aún no tenía piso, la acompañé al hotel donde se hospedaría. Por el camino, me miró un momento fijamente a los ojos.
—Lo siento —dijo, y se bajó del coche.
Al día siguiente fui a recogerla para desayunar. Había pasado toda la noche preocupado sin poder dormir, dándole vueltas a lo que habría tratado de decir. ¿Qué es lo que sentía? Tuve que volver a sacar el tema porque me estaba comiendo por dentro. Lo que me dijo me dejó sin palabras. Tras repetir lo mucho que lo sentía, me explicó que jamás tendríamos nada de nuevo porque en el tiempo que había estado fuera se había enamorado de alguien, una chica, y ya llevaban varios meses juntas. De repente, me desperté. Un sudor frío recorría mi rostro pálido debido a la pesadilla.
Entonces la vi junto a mí. Estaba dormida. Se veía tan bella... No pude evitar besarle la mejilla. Aún era de noche. Noche fría y tormentosa, pero al ver que no me había dejado solo me permitió conciliar el sueño unas horas más. Cuando ella despertó, le conté todo lo sucedido en el sueño. Empezó a poner cara extraña, como de disimulo. Vi algo sospechoso en ella, algo que me hizo pensar si el sueño tenía parte de realidad. En fin...
Comencé el día como todos los lunes: duchándome. Es una costumbre de la que soy incapaz de deshacerme. Aunque tampoco me parece que sea mala. Al acabar entró una brisa fría por la ventana. Ella ya no estaba. ¡Se había ido! Fui corriendo hacia el teléfono y marqué el número de mi desesperada amante. Tanta locura sentía por ella que me parecía eterna la vida que me esperaba. Tenía que saber dónde había huido. No me lo cogía.
Salí fuera de nuestra habitación. La buscaba por todos lados pero no había rastro. Salí a la calle y escuché una risa detrás de mí. Me di media vuelta y allí estaba, apoyada en mi coche fumándose un cigarrillo. Me sentí aliviado y fui corriendo hacia ella. Nos montamos en el coche y fuimos a desayunar mientras llegaba la hora de empezar a trabajar. Ella era una de las mejores científicas del momento así que se la presentaría a algunos de mis alumnos. Soy profesor de ciencias desde hace ya bastantes años, pero todavía sigo sorprendiéndome. Después del duro día, fuimos a comer.
Ella estaba muy seria y me dijo:
—Tengo que contarte algo.
En ese momento sentí miedo y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Me imaginaba mil cosas que podría decirme, pero como la que me dijo no me la esperaba. Seria, con la cara blanca y muy pálida me dijo con risa nerviosa y voz entrecortada:
—Cariño... Todo este tiempo que no he estado a tu lado ha sido porque... —se hizo un silencio incómodo entre nosotros- Me he enamorado de otro hombre y me he casado con él.
Sin poder resistirlo, bajé la cabeza y empecé a llorar como un niño. Se había casado. Se había olvidado de mí y se había casado. ¿Por qué? Habían pasado muchos años pero aún así... ¡Me prometió que siempre me querría, al igual que yo le prometí que la esperaría cada minuto de mi vida! Qué iluso había sido... Necio. Me limpié los ojos rápidamente. Sabía que la haría sentirse incómoda que llorase, pero estaba dolido y no iba a ocultarlo.
—Lo siento... —murmuró de nuevo desviando la mirada.
—Yo también —bufé revolviéndome el pelo— Así que se acabó —no era una pregunta, era yo mismo afirmándome en voz alta. Iba a disculparse de nuevo cuando la corté— ¿Puedo pedirte un último favor?
Asintió con la cabeza, quizá un poco sorprendida. Así que saqué mi cartera y dejé dinero sobre la mesa, suficiente para pagar nuestra comida. No habíamos terminado, pero dudaba poder volver a tener hambre. Entonces me levanté y recogí todas mis cosas ante su mirada de incredulidad.
—Pero, ¿qué...? —dejé caer mis labios sobre los suyos, sellándoselos.
Un beso. Le robé el último beso. Era lo único que necesitaba para ser capaz de decir adiós para siempre. Ya no habría más después de ese. Ni siquiera las esperanzas de la última vez. Me di la vuelta y me fui. ¿A dónde? A recomponer los retales de mi vida.
ALUMNOS DE 1º BACHILLERATO CINETIFICO-TECNOLÓGICO
Lidia Barrientos, Noelia Mª Busto, Cristina Buzón, María Cabello, Mª Ángeles Cantos, Mª José Fernández, Laura Fernández, José Antonio García, Macarena García, Natalia Gutiérrez, Tamara García, Sara Maqueda, Mª de Gracia Martínez, Mª Carmen Martínez, Begoña Montero, Isabel Rodríguez, Mª Carmen Román, Julia Romero.
Cristina Galisteo (coordina el relato)
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