MAYORES
Mención especial:
El jurado reconoce el mérito de su esfuerzo por aprender la lengua española en tan escaso tiempo.
Viktoria Vasyura (4º ESO A) En las nubes
TERCER PREMIO:
Noura El Hamidi (4º ESO A) Un amor sin fin
SEGUNDO PREMIO:
Tamara Macías Baladrón (1º BCS) El corazón recuerda
PRIMER PREMIO:
Cristina Galisteo Gómez (2º BCT) El lugar
MENORES
TERCER PREMIO:
Juan Garrido (3º ESO A) El casco de Alejandro Magno
SEGUNDO PREMIO:
Manuel Boza
(3º ESO A) Departamento de asesinatos de la RAE
PRIMER PREMIO:
Paula Hernández Romero (1º ESO B) Enamorado de letras
Publicamos a continuación los dos relatos premiados en las dos modalidades:
Publicamos a continuación los dos relatos premiados en las dos modalidades:
El Lugar
Cristina Galisteo Gómez
2ºBCT
19/02/1994
Shh...
Por favor, podrías decirle a tu corazón que deje de latir tan fuerte. Hoy me
duele la cabeza una barbaridad... No me mires con esa cara de susto. Venga,
¡pasa! ¿A qué estás esperando? ¿Te crees que tengo todo el día? Te equivocas.
¡Y tú tampoco lo tienes! No lo entiendo, de verdad. Todos hacéis lo mismo. En
cuanto os abro la puerta, os quedáis ahí plantados con cara de bobos. ¿Acaso
tanto miedo doy? Yo no me considero un monstruo, pero voy a tener que empezar a
replanteármelo. Quizás deba limpiarle un poco el polvo al espejo... Pero es que
no tengo tiempo para chorradas como esas, ¿sabes? Estoy muy ocupada aunque a ti
no te lo parezca...
En
fin, ¿qué te pasa? ¿No sabes andar? Bien, así me gusta. No tenga miedo, hombre,
no te voy a comer ni nada. ¿Has visto? Esto no es un castillo tenebroso y no
tengo ningún dragón al final del pasillo, y mucho menos a una hermosa princesa
secuestrada. Aunque eso te gustaría, ¿eh? Para poder salvarla y ser su héroe.
¿Que cómo lo sé? Lo estoy oyendo. Piensas muy fuerte, y me estás dando más de
dolor de cabeza aún, por cierto. Así, mejor, ¿ves? No hace falta pensar “¿¡Qué demonios hago aquí!?” cuando
puedes pensarlo más flojito. Es completamente inútil y vas a cansar a tus
neuronas. Eso sí que no te lo puedes permitir, a menos no de momento. Ya se
cansarán ellas solas con el tiempo, tú tranquilo.
Bueno,
ahora que te has tranquilizado déjame explicarte un poquito mientras llegamos y
no. Siento que tengamos que ir tan lentos pero es que las piernas también me
duelen. Tengo más años de los que aparento, que no son pocos.
¡Bienvenido
a El Lugar! ¿Que qué lugar? Pues El Lugar, con ele mayúscula. Supongo que te
estarás preguntando que qué es eso. Tienes tantas preguntas en tu cabeza que me
estás mareando hasta a mí. Así que, cálmate, relájate y escúchame. Si cuando
termine te quedan dudas, hazlas entonces.
Oh,
mira, ¡ya casi estamos! Es esa puerta de
ahí al fondo. Sí, sí, esa tan bonita. A mí también me gusta mucho.
Eres
escritor, ¿no es cierto? Claro que lo eres, no estarías aquí si no lo fueras.
¿Conoces ese momento cuando estás metido tan de lleno en una historia que
parece que tienes la cabeza en otro sitio? Felicidades, ya sabes donde la
tienes.
Es
aquí, en El Lugar, donde las historias nacen, crecen y viven por los siglos de
los siglos. Es aquí, en El Lugar, donde las grandes y pequeñas ideas florecen
hacia algo sólido, o bien se desvanecen como espuma de mar en la orilla. Uy,
qué bien me ha quedado eso, ¿no? Si es que algo se me había tenido que pegar de
los mejores...
¡No
te rías! Es cierto. Yo los conozco a todos y a cada uno de ellos. Eran como tú
al principio, llenos de preguntas e inseguridades. Bueno, algunos cuando se
fueron aún seguían llenos de ambas.
Me
preguntas que quién soy yo para haber conocido a tanta gente. No uses ese tono
burlón conmigo, como si no me creyeras. Pequeño desagradecido... ¡te podría
pegar una patada y mandarte de vuelta a donde quieras que vivas! ¿Dónde vivías,
por cierto? Ah, Londres, verdad. Perdona que se me olvidase, los de Fuenteovejuna
no hacen más que gritar hoy.
No
te voy a decir mi nombre, no te hagas ilusiones. Principalmente, porque no
influye en absoluto. Segundo, porque no quiero que luego lo vayáis corrompiendo
al ponérselo a personajillos de poca monta. He visto lo que vosotros, los
escritores, hacéis con algunos y no voy a ser tan tonta. Olvidando ese tema, te
pediré que tampoco me juzgues por mi aspecto. Ya te he dicho que llevo aquí más
tiempo del que tú serías capaz de asimilar en tu pequeña cabecita, y aún así,
soy más joven de lo que mi cuerpo aparenta. Bueno, el cuerpo que tú has
decidido asignarme... Pero eso es otra cosa que tampoco nos interesa. ¿Has oído
hablar de la biblioteca de Alejandría? Claro, ¿quién no? Un increíble almacén
de libros. Fue una lástima que se perdiese. Pues bien, podríamos decir que yo
soy como diez mil bibliotecas de Alejandría juntas. O más, no puedo decirte
bien sin pararme a hacerte los cálculos.
¿Sabes
cuántos cuentos, novelas, poemas, teatros, diarios secretos... tengo aquí
dentro, en mi cabeza? Ni en tres vidas podrías leerlos todos. Vaya, vaya... ¿es
eso de tus ojos una pizca de envidia? No te preocupes, no es nada malo. Muchos
sois los humanos que anheláis tiempo para perderos entre palabras. Y tú eres
unos de esos afortunados que se las brindarás.
Échate
a un lado para que pueda abrir la puerta, anda. Muchas gracias.
Impresionante,
¿eh? Lo sé. Nunca has visto nada igual, ni tampoco lo verás en otro sitio que
no sea este. Podríamos decir que soy yo en forma física. Ahora te duele la cabeza
a ti también de imaginarte todo esto pululando, ¿uh? Tranquilo, hombre. Yo ya
estoy acostumbrada, y aunque me queje, me encanta.
Ven,
acércate a ver alguno.
Creo
que conocerás este, Romeo y Julieta.
Y mira, Sentido y Sensibilidad.
Espero que no tengas ningún reparo en que las mujeres escriban, porque son tan
buenas como los hombres. Es más, hay una que marcará una época con la historia
de un mago huérfano... Hace poco que empecé a escuchar los hechizos en mi
mente.
Venga,
será mejor que lo dejes ya. He dicho que no podrías verlos ni aunque te pases
aquí el resto de tus días. Además, no estás aquí para eso, si no para otra
cosa.
Toma
asiento. ¡Dónde quieras! Hay muchas sillas, puedes elegir. Bien, avísame cuando
estés cómodo. ¿Ya? Estupendo.
Aquí
tienes. Es bonita la cubierta, ¿no es cierto? Es suave y si lo abres, puedes
oler las páginas sin usar. Me alegra que te guste. Es tuyo, para que lo uses,
para que grabes lo que tú tengas que dejar escrito para el mundo. No, no tienes
que darme las gracias, podrías haberlo hecho sin venir aquí, pero creo que en
este lugar te podrás relajar mejor. Es muy inspirador.
Sé
que tienes esa idea en la cabeza sobre la Navidad. Tres espíritus: uno del
pasado, otro del presente y otro del futuro que ayudarán a un viejo egoísta a
encontrar el camino de luz.
No
tienes que mirarme como si fuera lo mejor que hayas oído en mucho tiempo. Es tu
idea, no la mía, te recuerdo. Yo nunca he escrito nada, ni escribiré. Sólo me
dedico a guardar lo de los demás, a recordároslo si se os olvida, a irlo
disfrutando antes de que le terminéis de dar forma.
Será
mejor que te deje solo para que empieces a redactar. Tranquilo, volveré. No voy
a dejarte perdido entre todo este montón de papel escrito. No quiero que te
vuelvas loco, pero tampoco te quiero molestar. Estaré por aquí.
¡Oh!
Y, ¿qué le parece Cuento de Navidad
para su libro, Sr. Dickens? Yo creo que le quedará bien... Podría empezar con
algo así como “Marley estaba muerto; eso para empezar. No cabe la menor duda al
respecto.” O cualquier cosa que a usted le parezca bien.
Enamorado
de letras
Paula
Hernández
Podría haber sido el horrible
frío que había fuera el motivo por el cual no quería separarme de las sábanas,
como otros muchos días, pero esta vez lo que me impedía hacerlo era el sueño
que tenía encima. Había pasado toda la noche atravesando el cielo despejado y
oscuro sobre mis dos inmensos dragones. Sobrevolando la oscuridad, la cual solo
rompía una nube cuyos bordes brillaban bajo la luz plateada que le derramaba la
luna. Había estado durante toda la noche luchando con gigantes y bestias, sin
temor, cuerpo a cuerpo, las cuales me duplicaban el tamaño, aunque eso no me
importaba. Lo único que quería era salvar a mi princesa. Todo esto en una misma
noche, y ahora tenía miedo de sacar el pie de mi cama para ir a la escuela.
─¡Lucas!
¡Lucas! ─gritaba ella más que enfadada─. ¿Quieres bajar a desayunar? ¿O piensas
quedarte metido en la cama todo el día?
─¡Ya voy,
mamá! ─grité mientras me ponía los zapatos.
Cómo odiaba
los lunes. Miré hacia mi mesa en busca de mi libro. Necesitaba abrirlo para
encontrarme una vez más en el castillo, junto a mi princesa, la protagonista de
mi mente. Necesitaba abrirlo para comprobar que ella aún estaba ahí, a salvo.
Pero no lo vi. Extrañado, bajé hacia la cocina.
─Esta es la última vez que te quedas leyendo
ese maldito libro hasta esas horas de la madrugada ─dijo enfadada.
─¿Dónde lo has
metido? ─le pregunté mientras buscaba por la cocina.
─Claro, luego
normal que se quejen tus profesores de que no atiendes en clase, si irás medio
dormido. ¿Me estás escuchando?
─Sí, mamá... ─mentí
casi en un gruñido─. Ahora en serio ¿Dónde lo has metido?
Tardó unos
segundos en responder.
─Lo he tirado
esta mañana ─dijo firmemente─. No me has dejado otra opción.
Me di cuenta
de que por un momento mis palabras se negaban a salir de mi boca. Estuve apenas unos segundos callado, hasta que
al fin, musité.
─¿Que lo
has...qué?
─No me has
dejado otra opción ─repitió─. Ahora coge tu mochila y vete a la escuela, que ya
vas tarde.
Sin rechistar,
así lo hice.
Al llegar a
clase me senté en el último pupitre. Tocaba clase de matemáticas, pero apenas
me fijé. Mi mente estaba bloqueada. No me quería creer lo que estaba pasando. Apoyé
mi cabeza en la ventana. El cristal vibraba, parecía que a las nubes les había
dado por llorar.
Esto no me puede estar pasando. Mi madre no
me ha podido hacer esto. Me da igual no poder volver a acariciar el cielo montado
en mis dragones, no me importa tener que dejar de jugar con elfos u otros
animales del bosque, no me importa no
poder volver a enfrentarme a gigantes estúpidos, pero lo que sí me duele, es que ya no podré
estar con mi princesa. Me duele saber que ya no podré ver su cabellera dorada,
con bucles rizados hasta la espalda, que cubrían casi unos ojos de esmeraldas
brillantes, aposentadas sobre unos pómulos suaves, que dejaban paso a una nariz
pálida, aunque perfecta. Me duele saber que ya no podré recorrer los reinos a
caballo para estar en el castillo junto a ella. ¿Quién la salvará ahora de los
malvados gigantes? ¿Quién cuidará ahora de mi princesa?
El tiempo
pasaba, aunque apenas lo notaba. Pasé el recreo sin darme cuenta siquiera de lo
que había dentro de mi bocadillo. La echaba de menos.
Al llegar a
clase un jaleo inmenso invadía el aula. Me senté al fondo, al igual que antes.
¿Qué estará haciendo ahora?, pensaba.
Cuando me di
cuenta la sirena ya había sonado y andaba entre empujones y prisas hacia la
salida. Había escampado, y una fina manta de charcos cubría la acera.
Todo parecía
tranquilo. De repente, mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. Lo
reconocí al momento, era mi libro. Una chica lo sostenía entre sus manos. Sin
dudarlo, corrí hacia ella y la llamé dándole un golpecito en el hombro.
Se giró hacia
mí.
─Chica…el
libro que tienes…─le dije rápidamente.
De repente me
fijé en sus ojos y en la manera con la que me miraba. Me di cuenta de que
empezaba a tener ciertas punzadas en el estómago. De golpe, sin darme cuenta,
me ruboricé.
─¿Sí?... ─dijo
ella con una voz dulce─. Lo he encontrado esta mañana ¿Es tuyo?
Esbocé una
sonrisa y le dije.
─No, no lo he
visto nunca. Eh, ¿cómo te llamas?
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