domingo, 8 de marzo de 2009

EL RAYO DE AURORA







EL RAYO DE AURORA




Aurora vivía en un pueblo pequeño, en una casa no muy grande pero acogedora, con sus padres y sus dos hermanos.
Era una persona responsable en sus estudios y su carácter alegre, su generosidad y su simpatía la hacían poseedora de buenos amigos.
Tenía 16 años, ojos color miel, su cara pecosa le daba un aspecto gracioso, su pelo castaño, rizado y abundante. Le encantaba la ropa deportiva: vaqueros, zapatillas, camisetas...
Desde su habitación podía contemplar un bello paisaje, campo y árboles en abundancia, a través de una ventana adornada con visillos transparentes, salpicados de lunares blancos.
Era la casa perfecta para una chica soñadora, como era Aurora. Todos los días al llegar a su cuarto los primeros rayos de sol, ella se estiraba en su cama y se ponía a imaginar historias románticas, en las que curiosamente siempre veía a un muchacho rubio, de piel clara y pelo alborotado, que le daba su calor y con el que se sentía feliz.


Nuestro protagonista "masculino"- un rayo de sol- estaba prendado de Aurora... ese pelo, esos ojos risueños, esa vitalidad . Era una tarea apasionante para él llegar hasta su cuarto e iluminar su cara, todas las mañanas.
Se ponía nervioso y entraba despacito; lentamente iba invadiendo con su luz la estancia. Empe­zaba recorriendo el armario de Aurora, suavemente se recreaba en su ropa por la puerta entre­abierta, pasaba a la mesita de noche: su flexo, sus libros e incluso un joyerito de arcilla que ella había moldeado y coloreado cuando estaba en la guardería, y donde cada noche dejaba sus pendientes y su reloj. Todos estos objetos eran de sobra conocidos por él y cada vez los sentía más suyos. Por último se empleaba con todo su ardor en iluminar su cama, con mucho cuidado, acariciaba su pelo que yacía suelto sobre la almohada y por fin su cara, no quería despertarla, mirarla un poco más...pero siempre ocurría lo mismo, ella abría los ojos, lo recibía con una sonrisa, se estiraba... y a soñar despierta.

Le encantaban esos días soleados de verano y además ya estaba de vacaciones, acababa de terminar sus estudios en el Instituto y sus padres habían pensado en mandarla a estudiar fuera, probablemente a Glasgow, donde vivían unos parientes que habían emigrado hasta allí, hacía varias décadas.
A ella le ilusionaba esta decisión , su pueblo se estaba quedando pequeño para sus inquietudes y aunque podía ir a una universidad española, su edad, le daba ese carácter aventurero, y no le daba miedo lo desconocido: costumbres, clima, lengua... Todo se le hacía interesante y a propósito para explorar; conocer otra ciudad, otras personas. En fin, estaba muy ilusionada; aunque si lo pensaba fríamente, su cuarto, su casa, sus amigos, dejarlo todo; se ponía triste y prefería no dedicar mucho tiempo a esos pensamientos, por el contrario aprovecharía bien este verano para pasarlo bien y hacer todo lo que le gustaba: disfrutar con su familia y sus amigos, nadar, caminar, montar en bicicle­ta, actividades que le permitían al rayo de sol estar siempre muy cerca de ella. ¡Qué feliz era!, y lo sería aún más si pudiera tomar forma humana y presentarse así, sin más, y tratar de conquistar el corazón de Aurora.

El verano pasó rápidamente y Aurora empezó a hacer los preparativos para marcharse.

Durante esos días ella notaba que algo en el ambiente no era igual. Por las mañanas, la alegría que le transmitía ese rayo se vio mermada, el suave roce y el calor agradable que antes le proporcionaba se parecía perderse por días. Vosotros pensareis: vaya una noticia, eso es porque el verano estaba acabando y el tiempo cambia. Pues tenéis razón, pero lo que Aurora sentía era una sensación diferente, una falta de luminosidad impropia, algo extraño que no sabía definir, pero que la llenaba de tristeza.

El día antes de marcharse fue al parque con sus amigos para despedirse de ellos. Cuando regresaba de camino a su casa el sol se estaba poniendo, los últimos rayos ilumi­naban el cielo y su tonalidad era preciosa, rosas, azules y violetas se desplegaban entre las nubes, formando curiosas figuras que hicieron a Aurora detenerse y contemplar el maravilloso espectá­culo. De pronto le pareció que un rayo se desviaba, iluminaba su cara y para su sorpresa dos gotas empezaron a resbalar por su mejilla. Era imposible, debía haberse quedado "alelada" mirando y lo que sentía era producto de su imaginación. Sin embargo, las gotas estaban allí y ella no estaba llorando, no había nadie regando y por supuesto no estaba lloviendo. Ese extraño fenómeno la dejó atónita y durante todo el camino de vuelta no pudo pensar en dar una explicación razonable a lo ocurrido, pero nada, no era posible y prefirió olvidarlo..¡¡ Iba a volverse loca !!.
Llegó a su casa aún algo alterada por lo sucedido, sus padres notaron algo extraño en ella pero pensaron que debía estar nerviosa por su marcha y que seguramente la despedida de sus amigos la había entristecido, aunque en su cara reflejara más bien una emoción diferente a la tristeza. Cenó con su familia y se acostó temprano, el día siguiente sería duro, muchas horas de viaje, sus parientes desconocidos, una ciudad diferente ¡Cuántas noveda­des la esperaban!.

Amaneció gris, nublado y triste, nada parecido al espectáculo de luz y color del día ante­rior; por un momento se sintió triste y casi arrepentida de marcharse de allí, le habían dicho que en la ciudad a la que iba las horas de sol eran escasas y que por el contrario, los nublados, nieblas lluvias y frío eran la nota dominante. En ese instante y sin saber por que trató de recordar la cara de ese joven rubio que tantas mañanas había imaginado y tantas noches había soñado, pero por razones que ella no supo comprender, no fue capaz de verlo. Le echó la culpa al bullicio en la estación, a la conversación de las personas que habían venido a despedir a sus familiares, a los gritos de sus hermanos y a las recomendaciones interminables que le hacían sus padres. Pensó que cuando todo se tranquilizase, volvería a ver aquel rostro familiar, amable y que tantos senti­mientos le inspiraba.
Es curioso, pero era consciente de que en todo el tiempo no había dejado de pensar en esa imagen; ni su marcha, ni la despedida de sus padres, ni todo lo nuevo e inesperado que iba a vivir habían apartado de su mente esa idea, esa fijación de recordar ese rostro inexistente.

Llegó a su destino, la recibieron con los brazos abiertos y el tiempo pasó, se adaptó a la nueva vida con comodidad ya que sus familiares eran muy agradables, pero algo en ella había cambiado.

Entretanto, el rayo de sol, libraba una batalla en las esferas celestes tratando de conseguir un permiso par tomar forma humana, hecho que por otra parte no tenía precedente, por lo cual, no es que no quisieran ayudarle, es que no sabían como actuar en estos casos.
El mismo sol se había hecho eco de este problema y manejaba libros y consultaba con otros astros esperando encontrar una solución al grave problema de Arnaldo, ya que tan triste como estaba no cumplía bien su cometido, de forma que los habitantes que debían recibir su calor y luminosidad se quejaban diciendo: ¡ Qué frío, se diría que no está el sol fuera!¡ Y que poco se ve!.
Para el sol esto no dejaba de ser un problema pues su reputación estaba en juego, casi prefería acceder al deseo de Arnaldo y en su lugar colocar a otro de los rayos entrenados y dis­puestos a cumplir bien su cometido.

Empezó el curso y Aurora estudiaba sin descanso, no se dedicaba tiempo para descansar ni para soñar, tenía pocos amigos, y sus ojos habían entristecido.
Desde su habitación sólo se veían edificios, coches y mucho humo que salía de las fábricas; casi no se veía el cielo, o mejor dicho, el color del cielo era tan parecido al de las nubes de humo que no podía establecerse una diferencia clara entre lo que era una cosa y otra. ¡Cómo echaba de menos su casa!.

A Arnaldo no le faltaban hechiceros galácticos malignos que decían poder convertirlo en un humano a cambio de derretir glaciares o contribuir a que se produjesen gran cantidad de incendios en zonas de la Tierra donde la vegetación era abundante. Pretendían destruir el planeta para ser poderosos mandatarios.
Aunque él deseaba tener una figura humana más que nada, era un buen rayo y un buen conocedor de la Naturaleza a la que admiraba y por la que sentía un gran cariño, debido a que de esa forma había conocido a Aurora:
En un parque lleno de árboles por entre los cuales él jugaba con ella a esconderse y a aparecer de nuevo iluminándola.
En un río, gracias al cual veía su reflejo en el agua... en fin recuerdos que le impedían destruir estos parajes... y por otra parte ¿No era contradictorio el hecho de que él fuera el destructor de lo que había de ser su ambiente y que contribuiría a su felicidad con ella si lograba conseguir la figura que tanto deseaba?. Descartaba rápidamente esas ideas malvadas y volvía a sumirse en su desesperación sin encontrar salida a su problema.

Cierto día el sol fue a visitar a una galaxia próxima y allí habló con Jadra, una anciana estrella, que por su edad había conocido muchas historias fantásticas.
La solución que le planteó al sol fue tan sencilla que él mismo se fue un poco incrédulo y poniendo en duda la sabiduría de la anciana; no obstante, fue á contárselo a Arnaldo que recupe­ró la felicidad, aunque la cosa se presentaba un poco difícil, no lo era tanto como él había pensa­do.
¿Cómo conseguir que Aurora, una humana se fijara en él de la forma en que debía hacerlo para conseguir sus propósitos? ¿Cómo atraer su atención hasta el punto de que ella reconociese que en su vida sólo faltaba él y que era lo único que quería ?.Tenía que trazar inmediatamen­te un plan que fuese efectivo, no podía perder más tiempo.

Un domingo, Aurora se despertó con un resplandor familiar, raro en esa ciudad, en sus ojos. Rápidamente se asomó a la ventana y vio que el cielo estaba cubierto, sin embargo, sobre su almohada seguía persistente ese rayo de sol. De pronto se le vino a la cabeza aquella imagen que hacía tiempo había perdido, la del muchacho rubio de cabello alborotado; se emocionó y recordó la última tarde en el parque.
Volvió a dirigirse a la ventana, y vio a lo lejos en el horizonte, una luz natural, que le hacía unos guiños. Rápidamente se vistió y corrió por la ciudad siguiendo el resplandor.
Guiada por él, llegó a un pequeño río a las afueras de la ciudad sobre el que había un puente, se asomó buscando la luz y allí estaba, iluminando el agua, pero de pronto, lo que vio la hizo retroceder, una figura, una figura humana la miraba y le sonreía, un joven de ojos grandes y profundos, su cabeza cubierta por un pelo abundante, negro casi azulado. Se parecía tanto al joven de sus sueños y a la vez era tan diferente.... Su color de pelo, sus ojos...
La curiosidad pudo más que el susto y volvió a asomarse y allí seguía y le gustó tanto la visión, que llego a su casa trastornada. Era su imagen, su sueño hecho realidad... ¿Realidad?. Se preguntaba. ¿Qué ha ocurrido? ¿Quién era?. No paraba de hacerse preguntas.

A partir de ese momento se afanaba en volver a ver esa imagen, recorría la ciudad buscando. Parques, ríos y descampados, por ver si de nuevo aparecía ese rayo misterioso que tanto la había impresionado y por qué no decirlo cautivado. No pensaba en otra cosa, se distraía en las clases, comía poco, decía que si con la cabeza cuando le hacían alguna pregunta sin saber si quiera que le habían preguntado, en fin, se había enamorado.
Una tarde que salió a pasear con unos amigos, los llevó a aquel puente con la esperanza de recobrar de nuevo ese rostro, se asomó y nada, se entristeció y pensó que todo había sido un producto de su imaginación , como las gotas en su mejilla la tarde antes de su partida. Se sentó en silencio mientras sus amigos charlaban. No era raro últimamente verla silenciosa y pensativa. En esos momentos en los que con todo el alma deseaba que llegara el verano para poder volver a su pueblo, un rayo de sol empezó a jugar con su pelo, ella pensó que uno de sus amigos le gastaba una broma con la esfera luminosa de su reloj, no hizo ningún caso, pero la luz insistía, ahora de lleno en sus ojos, elevó la mirada, los ojos llorosos, la luz se dirigió al río; como impulsada por un resorte se levantó y sin pensarlo dos veces se asomó al puente allí volvía a estar el rostro risueño iluminando el río; con emoción se lo contó a todos, pero nadie excepto ella veía ni luminosidad alguna ni mucho menos cara risueña.
Debes estar volviéndote loca, le decían, eso es porque en tu país brilla el sol a menudo y lo echas de menos.
Un clic se hizo en la cabeza y en el corazón de Aurora ¡Todo se decidió en un segundo! Volvería a su casa, estudiaría en su país... pero rápidamente le asaltaban las dudas¿ Y si no volvía a ver esa imagen?... Se angustiaba; pero estaba dicho, se iría y podría comprobar, si ese rostro coincidía con sus sueños, si le aportaba el mismo calor y si como ella estaba imaginando, tenía todo que ver con ese rayo de sol que alumbraba su vida, y desde que estaba allí, sólo había podido sentirlo esa mañana de domingo, tan especial para ella.

Entretanto Arnaldo, era felicitado por todos sus compañeros, había conseguido su objetivo y pronto estaría preparado para adquirir esos rasgos humanos que le habían destinado: Alto, atlético, de ojos negros grandes y expresivos y pelo negro y revuelto. Eso sí él tendría que bus­carse un trabajo y un lugar en el que vivir; las cosas no iban a ser tan fáciles.


Aurora se despidió de sus parientes qué no entendieron bien los motivos apresurados de su marcha, ella no había sido demasiado explícita con esto, de forma que se inventó una excusa de proble­mas de salud, dolores de huesos provocados el clima de aquella ciudad. ¡Una chica tan joven! Pensaban ellos. ¡Qué raro, no había comentado nada!.
Sin avisar a sus padres, cogió precipitadamente un autobús y luego otro y en fin fue un viaje penoso e interminable, pero ella estaba feliz con su decisión y el cansancio no importaba.


Cuando llegó a la estación no había nadie esperándola, era tarde y los últimos rayos de sol iluminaban débilmente el camino hacia su casa.
Miró hacia un lado, hacia otro y de pronto allí estaba esa cara familiar que el movi­miento del agua había impedido ver con total claridad. Se estremeció al pensar que era él y que estaba allí, y que además se dirigía a ella, a medida que se acercaba Aurora sentía como su cara se iluminaba y como su cuerpo se saturaba de un calor reconfortante.
Me llamo Arnaldo, le dijo, soy nuevo en este pueblo y no sé como llegar a esta dirección, me han dicho que allí pueden darme un trabajo(era la dirección de una floristería).


Aurora supo que se conocían desde siempre, que era aquel rayo que la iluminaba por las mañanas y el que la acompañaba a montar en bicicleta y a nadar.... y a tantas cosas.
No sabía como aquello había ocurrido, hacía mucho que no creía en cuentos de hadas, pero estaba segura de que era él y de que nunca más lo perdería.

Por su parte Arnaldo se sintió en su mundo, un mundo nuevo, recién estrenado, cuando fue plenamente consciente de que estaban juntos y de que nunca más se separarían.


Sus caras risueñas eran toda una fiesta por las calles del lugar donde hacía tanto tiempo se habían conocido y donde por fin se habían reencontrado.

Tened cuidado con los rayos de sol, todos están ahí, siempre dispuestos a acariciaros y a iluminar vuestras vidas.









Cora Burgos



1 comentario:

  1. ¡Qué romántico y positivo! Además está muy bien escrito. Me encanta :-)

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