¡Qué noble tarea la de plantar un árbol! La gente corriente en nuestro afán de resumir lo absoluto con el propósito de que todo se comprenda mejor decimos que en la vida hay que hacer al menos tres labores: tener un hijo/a, escribir un libro y plantar un árbol.
Como empleamos nuestras energías en la educación secundaria de cientos de alumnos/as, y dándole vueltas a la cabeza, se nos ocurrió que orientar al alumnado hacia lo primero podría ser polémico en exceso, pese a todo lo que diga y rediga Malinowski. Por otra parte, lo segundo, y dado el estado del arte en la ESO, se nos antojaba complicado cuanto menos y abandonamos la idea por bien de la literatura y las buenas costumbres. En conclusión, nos aventuramos a plantar un árbol, evitando así problemas colaterales y buscando unas mayores probabilidades de éxito, reconocimiento y satisfacción ulterior sin dolores de cabeza.
Con nuestro objetivo aclarado, la muletilla típica del argot taurino “si el tiempo no lo impide” se ha puesto de moda este curso a la hora de realizar muchas de nuestras actividades intra y extraescolares. En este caso, el día 22 inicialmente previsto, tras ajustar las fechas disponibles, hubo de ser cambiado por el 26 de abril. Todo fuera por no coger una mojada monumental. En conclusión, al final el lunes 26 el profesor Bienvenido Martínez (padre del evento) y yo (auxiliar) nos pusimos a rematar la faena organizativa: llevar a cincuenta y tantos alumnos/as de cuarto a plantar árboles en un lugar cercano a la ermita de la Virgen de Gracia, y justo debajo del Parador. Hasta aquí todo bien excepto que nos acompañaban 7 cursos de Primaria del CEIP Almendral (cerca de 150 alumnos/as), compañía que a priori multiplicaba los riesgos inherentes a las tareas fuera del centro.
Así esa mañana salimos los cincuenta y tres del IES Arrabal hacia la Puerta de Sevilla donde nos encontramos los componentes de los dos centros educativos implicados.
“Doctor Livingstone, supongo, y bla, bla, bla,…” En fin que cogimos cuestas abajo y cuestas arriba por la carreteras y caminos de albero hasta llegar a nuestro lugar preparado para proceder a las plantaciones. Allí nos esperaba un solícito empleado del Ayuntamiento que tenía todo lo necesario dispuesto. En otros útiles teníamos azadas, palas y otras herramientas para la operación. Si eran pocas y desgastadas, lo peor era la sequedad del terreno que obligaba a realizar esfuerzos extras en las excavaciones.
Hay que reconocer que la labor de nuestros alumnos/as cicerones de cuarto fue encomiable asesorando a sus entonces pupilos de Primaria.
Tras un largo rato “manos a la obra” el bancal quedo plagado de pinos, acebuches, lavandas, maduros y otras especies. Por otra parte, nosotros quedamos medio exhaustos pues el calor a mediodía empezaba a brindarnos su grandeza.
Al final, un poquito de agua para mitigar tanto esfuerzo. Así como, la charla corta y amena de Bienvenido (que haría temblar al propio Al Gore) sobre las ventajas y virtudes de realizar estas tareas benefactoras, terminando con dejar todo recogido para no causar impactos ambientales.
Al final, vuelta a nuestros propios ecosistemas (centros escolares) y dejar allí “plantados” todos nuestros árboles y arbustos.
Toda esta actividad estuvo francamente bien, pero, por cierto, ¿ha ido alguien a regar estos árboles y arbustos tal y como quedamos?
Miguel Bohórquez, profesor de Tecnología.
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