martes, 10 de mayo de 2011

RELATOS DE ALUMNOS DE 1º ESO C





Publicamos 2 relatos escritos por alumnos de 1º de ESO C y coordinados por Gracia, su profesora de Inglés y de Lengua.



Era un día caluroso de verano. Una niña María y un niño Juan, vivían en la casa de campo. Eran hermanos. María era rubia, bajita, delgada, tenía unos 6 años y era simpática. Juan tenía 8 años, era moreno, con los ojos verdes, era un poco gordito, tenía gafas y sacaba muy buenas notas en los exámenes.
Ese día caluroso, como estaban aburridos, fueron a dar una vuelta por el bosque. Estaban andando cuando de pronto cayeron hacia abajo por un túnel, como si fuera un tobogán llegaron a una cueva. Era muy grande tenía el techo de cristal, se veía todo el cielo. Era maravilloso. Había una estantería llena de frascos pequeños, con líquidos de todos colores.
También había una gran mesa llena de libros. Los chicos se adentraron en la cueva, estaban asustados, tanto que les temblaban las piernas al andar.
De repente, vieron una gran caldera, al lado había una silla muy pequeña donde estaba sentado un hombre. El hombre era grande, delgado y tenía una barba blanca y larga. A María le pareció Papa Noël pero en delgado, porque aparte de la barba blanca, llevaba un sombrero puntiagudo de color morado y una especie de bata muy larga. María y Juan al verlo se asustaron y gritaron. El hombre también se asustó y miró hacia atrás. Entonces dijo: - ¡No os asustéis! Yo soy un mago, me llamo Miguel. ¿Qué os trae por aquí? -  preguntó extrañado
Los niños se miraron con cara de asombro.
Entonces María dijo:
.-¡Hola!. Yo soy María, y estábamos paseando por el bosque y nos hemos caído por un tobogán y nos ha traído hasta aquí. ¿Qué estás preparando en esa caldera?.- preguntó intrigada.
-Pues mira, el otro día me llegó una carta diciendo que dentro de una semana hay un concurso agrícola, que consiste en que gana quien plante una verdura y crezca más grande. Quien gane el concurso gana un telescopio, ¡y yo lo quiero! Con esta cúpula de cristal y mi telescopio, seré el hombre más feliz del planeta. En esta caldera estoy haciendo una pócima para regar a un tomate con ella y para que crezca gigante. Pero mi problema es que estaba haciendo la pócima y me falta un ingrediente, agua del lago que está a un pueblo de aquí. Es un agua cristalina, transparente y pura. ¿Os importaría ayudarme?
María ni se lo pensó, le dijo que ella iba con él y Juan también, pero no iba muy convencido.
María y Juan prepararon sus cosas y las metieron en una mochila. El mago, Miguel, les había dicho que cogieran las bicicletas, porque él no tenía coche.
Salieron de la cueva y emprendieron el viaje. Al cabo de unas horas empezó a oscurecer, se comieron sus bocadillos y se quedaron dormidos en mitad del campo. A las siete de la mañana sonó el despertador y siguieron la ruta.
María tenía agujetas del día antes, estaba cansada pero emocionada a la vez. Juan llevaba todo el camino hablando con el mago, mientras maría miraba el paisaje.
Primero llegaron al pueblo y se dirigieron al lago. El mago metió un poco de agua en el frasco y lo cerró.
Le dijeron adiós al lago y regresaron a casa. Llegaron y el mago plantó un tomate en un pequeño huerto. Fue a coger el bote cuando se dio cuenta de que lo había cerrado mal y se había derramado todo el agua. Miguel, desilusionado, perdió todas las esperanzas de ganar, fue así que dijo que no participaba. Se quedó en un rincón casi llorando. María y Juan se fueron fuera de la cueva y se miraron - ¡Tengo una idea!- dijo Juan. Con los ahorros de los dos le compraremos un telescopio.
-¡Buena idea!- dijo María.
Partieron sus huchas y fueron a la tienda a comprarlo. Cuando lo compraron y envolvieron fueron a casa de Miguel. El mago, cuando vio el regalo se sorprendió tanto que invitó a los niños a que todas las noches fueran a su casa para ver en la cúpula con su telescopio nuevo las estrellas. Los niños, cuando se lo contaron a sus padres y les dijeron que sí podían ir quedaron encantados. A partir de ese día, todas las noches iban a ver al mago.

Marina Pérez Miras 
1º de ESO C




Era una noche calurosa de verano y Juan no podía conciliar el sueño. De repente, se escuchó el grito de un niño. Se asomó a la ventana de su habitación y observó la noche, a lo lejos se veía el parque de la Palmera, se llamaba así porque sólo contenía una gran palmera en el centro.  Pero una pequeña luz de linterna parpadeaba continuamente. Parecía que se le estaban gastando las pilas, y pensó en ir a averiguar el grito del niño y la linterna parpadeante a esas horas de la noche. Cogió la linterna grande de su padre con absoluto sigilo y se puso su oscuro chándal de deporte. Cuando iba camino del parque se escuchó el ladrido de un perro en la oscuridad y un pequeño rastro de luz se vislumbraba entre los matorrales que rodeaban la palmera del parque. El parque estaba solitario y cuando se iba acercando a la palmera con su linterna, le recorrió un escalofrío por la espalda. Apartó a un lado unas pequeñas hojas y encontró un agujero. Era parecido a un túnel y la luz se encontraba al final. Juan dijo:
-“¿¡Hola!?
Pero nadir contestó. Tocó la superficie que rodeaba el túnel y supo al instante que era metálico. Pensó que era una especie de tobogán y se arriesgó a hacerlo. Cuando llegó al final, descubrió que el suelo era de arena, pero lo primero que hizo fue coger la linterna que veía desde la ventana de su habitación.
Alumbró con ambas luces al suelo arenoso y notó pequeñas pisadas que se dirigían a su izquierda. Las siguió, y en el lugar donde terminaban se situaba una puerta con el símbolo de una especie de animal mítico y justo a su lado una entrada de llave. Golpeó la puerta un par de veces y se oyó suplicar a un niño:
-“¡No me dejes aquí!¡Sálvame quien quiera que seas!”
Juan empujó con todas sus fuerzas la puerta, y cuando se abrió vio a un niño de su edad que se encontraba encerrado en una jaula. Juan al principio, pensó en salir corriendo, pero, ¿a dónde?
Cuando llegaron a la salida del túnel, no sabían cómo subir; pero Juan era muy inteligente y pensó en gatear cuesta arriba por el túnel.
Por fin llegaron a la superficie y el “niño enjaulado” estrechó su mano y le dijo: - “Gracias por todo, me llamo Pedro”. Juan aceptó, y cuando llegaron a casa de Juan les estaban esperando como si llevasen toda la vida ahí.
María, la madre de Juan, le dijo que se quedase a vivir allí hasta que encontrase a sus padres.
Pedro aceptó y Juan y Pedro se hicieron muy amigos.

Álvaro Zafra Infantes
1º de ESO C 

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