sábado, 2 de junio de 2012

EL TREN


Me gusta el tren, me encanta todo lo que rodea a la llamada máquina de vapor: las estaciones con el pulular de sus gentes, los bancos esperando a las penélopes de bolsos de piel marrón, los mozos con sus gorras y sus carretillas llenas de maletas, el vocerío, el bullicio, el reloj decimonónico que, como una percha en el armario, cuelga en un lugar preferente del andén guardando en alcanfor los tiempos y las horas, el altavoz que con tono neutro y monocorde avisa de las llegadas y las salidas y, finalmente, el jefe con su vieja gorra cilíndrica y su  abocinado silbato arbitrando a todo el personal que está de paso. Y pasa, como pasa señor, el caballo de hierro a vapor, a diesel o a kilovatio, no hay quien lo detenga. Sobre trenes quiero escribir hoy una parábola, un cuentecillo que nos ayude a comprender la situación de nuestros días en la vía educativa.

Había una vez un país cercano, sus habitantes se quejaban del atraso que de tiempo  inmemorial siempre habían padecido. Un nuevo rey fue coronado y quiso contentar a sus súbditos. Tenía ganas de mejorar y hacer más próspero y moderno su reino. Este monarca no tuvo otra ocurrencia que anunciar  a bombo y platillo la solución a todos los males endémicos del país: ¡Vamos a poner un tren! Un ferrocarril que sea la locomotora del progreso.

Este tren no iba a ser un tren cualquiera, iba a ser el camino del futuro. Los viajeros se subirían en el mejor vagón que se adaptara a su trayecto, tendría  gran cantidad de diferentes vagones donde elegir y una magnífica red de estaciones. Una completa plantilla de ferroviarios ayudaría a los viajeros a superar las dificultades del trayecto,      facilitando en todo momento la consecución de los objetivos personales. El viaje sería gratuito, general y los usuarios elegirían los vagones y los recorridos según sus características o sus gustos. Según las dificultades y la longitud del trayecto los ocupantes obtendrían un documento que les facultaría para mejorar sus condiciones de vida o, en otros casos, un billete para nuevos recorridos. Consiguiendo así en las estaciones nuevos y mejores trabajos. En resumen que aquel tren era el medio más adecuado para conseguir la prosperidad que añoraban los habitantes de aquel cercano reino.

Todo comenzó con una rimbombante ceremonia, el rey y su corte, vistiendo las mejores galas, cortaron la cinta que inauguraba el poderoso medio de locomoción.

Tras un tiempo, aquello fue a más, todos querían subir en el poderoso tren, sus destinos  iban en ello. Entonces los prohombres de la corte se aprestaron a poner su sello en el invento: uno dijo que había que decorar los vagones, otro que los viajeros tenían todos los derechos para con su viaje y no se podrían frustrar poniéndoles dificultades, otro individuo apuntó que una buena señal de modernidad sería regalar a cada pasajero una maquinita de alta tecnología para entretenerse en el camino, otro consejero dijo que el viaje fuera totalmente gratis, alguno más apuntó que los ferroviarios no tuvieran iniciativas, eran meros servidores y  lo único que tenían que hacer era obedecer y cumplir con su obligación de ayudar al viajero. En fin, todos querían dotar de ventajas al ferrocarril del reino. Pasaron los años y aquello no funcionó como se esperaba, con el tiempo  se había  vuelto una jaula de grillos, en cada vagón se respiraba un ambiente de barraca de feria, las  discusiones se sucedían , la  indolencia era general. Los ferroviarios no paraban de contentar al personal y eran tratados por estos despiadadamente. Las llegadas a las estaciones escaseaban, porque ninguno alcanzaba las metas adecuadamente, otros trenes se perdían por el camino y todo apuntaba a un verdadero desastre. En un intento de arreglo los consejeros del reino propusieron dotar al invento de un sinfín de burocracia, papeles para todo, cualquier cosa que se hiciera era necesaria reflejarla por escrito, hasta para ir al servicio hacía falta una solicitud. Un cortesano del rey fabricó un diccionario con términos especiales para usar en el recorrido, eso dotaba al invento de una gran calidad y un vocabulario adecuado. Se contrataron supervisores para vigilar los trayectos, pero extrañamente no realizaron su función, se acomodaron a su posición de privilegio y nada más exigían documentos burocráticos.

Nada sirvió, más bien al contrario, la estampa era bien elocuente: los pasajeros tiraban por las ventanas a los ferroviarios y los vagones eran destrozados ante la pasividad de las autoridades, por lo tanto nadie conseguía llegar  a las estaciones. Todo el mundo hablaba de fracaso.

El rey en un último y desesperado intento fue a consultar con el sabio del reino, un viejo maestro que vivía retirado en una aldea. Cuando el monarca le contó con todo detalle lo que había ocurrido con el tren nuestro sabio, después de reflexionar un rato y con la sabiduría que dan los años, dijo:

-La solución es bien sencilla haga que sus viajeros vayan a pie.
El rey no comprendía en esos momentos lo que quería decir el viejo, pero nuestro sabio le explicó:
-El ser humano es el único animal que se adapta a todos los medios, su mejor aprendizaje lo realiza cuando tiene dificultades, mejora su vida cuando tiene que trabajárselo. En el momento que le regalan las cosas no les da valor y las desprecia.
Ahora, el monarca, si lo había comprendido y marchó diligente a poner en práctica aquel plan.

 Y hasta aquí llegó mi relato, creo que habéis comprendido claramente el mensaje. Con este cuento pongo punto y seguido en el trayecto de mi tren, dejo la estación del Arrabal y me embarco hacia una estación real de este pueblo, la vieja estación de Carmona, donde por ahora se ubica el Losada. Me voy con la tristeza de una despedida, pero con la alegría de llevarme el recuerdo de unos magníficos compañeros a los que les deseo lo mejor en sus viajes de ferrocarril educativo. Las cosas están torcidas, es verdad, pero como dijo el viejo maestro: el ser humano es capaz de superar los vientos más adversos. BUEN VIAJE COMPAÑEROS.

Antonio Rodríguez Daza


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